La noche que la luna atardeció


Estarán mal enfocadas las primeras, no será impecable el uso del photoshop pero poco me importa. Será que uno mira con más cariño las cosas cuándo sabe el trabajo que hay detrás. Una situación en la que jamás me imaginé fue pasando casi dos horas mirando el cielo, acostada en una posición muy incómoda mientras hacía mi mejor esfuerzo para que la cámara y el trípode se amigasen y me regalasen al menos una de las 150 fotos bien enfocada. Aún menos me imaginaba emocionada por un eclipse durante todo un fin de semana. Supuse que era la combinación de la bronca que le tengo a cualquier tipo de suceso estelar por que nunca los llego a ver (hace poco hubo un cometa verde luminoso que parecía Stitch viniendo a estrellarse y jamás me enteré) y la realidad de que en época de parciales cualquier cosa es fascinante. Pero también supongo que era por que creí que por alguna razón el rojo iba a traer consigo alguna especie de pensamientos reveladores, dado que últimamente ando creyendo que soy una especie de filósofa que busca existencialismo hasta mientras espero el tren muriéndome de frío. No pasó. Durante dos horas me quedé ahí, escuchando música con los ojos fijos en la luna que primero se achicó, después amagó a desaparecer, se tiño color marrón hasta mutar al rojo y finalmente quedó escondida debajo de las nubes; en todo ese tipo lo único que mi cerebro logró formular fue "wow". Y supongo que eso tampoco esta mal: a veces hay cosas que son bellas y únicas y ahí termina la historia. Nuestro trabajo no es evaluarlas ni buscarles un mayor significado: tenemos que limitarnos a observarlas y agradecer de ser honrados con su rareza, ya que quizás tendremos que esperar una vida para que todo el cielo se alinee y podamos disfrutarlas de vuelta.



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